El mapa de Piri Reis

Desde hace ya unos meses, dar encaje a la financiación autonómica le está suponiendo a Rajoy un auténtico quebradero de cabeza. No es tampoco una novedad: en esta mentira federal que es España, el reparto de dineros siempre se ha asemejado más a un juego de malabares más que a un ejercicio de responsabilidad, equidad, y solidaridad, tal y como propone y obliga nuestra Constitución. Desde hace muchas legislaturas, el reparto presupuestario se ha hecho a base de chequera y repartiendo café para todos, sin reparar en las verdaderas necesidades de los ciudadanos y contando, por lo general, con unos presidentes autonómicos que haciendo gala del nacionalismo y del regionalismo más antiguo, han pataleado pidiendo más financiación sin tener en cuenta que sus vecinos podían necesitar más que ellos. El resultado es el que es: el reparto del presupuesto nunca deja contento a nadie.

En la Comunidad Valenciana, Alberto Fabra hace oposición a su mismo partido pidiendo una financiación más justa y mejor, arguyendo que la falta de financiación supone que no podamos ejercer un pleno autogobierno. Lo cierto es que mientras algunos piensan que la autonomía es un fin en sí mismo, otros opinan que ésta debe servir para atender mejor la realidad política, social y económica de un territorio determinado y acercar los servicios al ciudadano de tal manera que los sujetos veamos incrementado nuestro bienestar. Esta visión, que es la que comparto, pone al ciudadano, y no al territorio, en el centro de la autonomía.

 

Al respecto de la queja sempiterna por la falta de financiación, me viene siempre a la cabeza aquella pregunta que se hacía Lenin: ¿Libertad, para qué?, pero cambiando libertad por dinero. Dinero, ¿para qué? ¿Falta dinero, o es que el que teníamos lo hemos gastado mal? No nos podemos fiar de quien pide financiación al gobierno central, y mientras tanto ha construido un aeropuerto fantasma en Castellón, firmado contratos ruinosos con Ecclestone, levantado un complejo deficitario – e ilegal- para hacer películas en Alicante, construido un Ágora en Valencia, o montado un parque de atracciones – ilegal también- en Benidorm. No podemos asumir que falta financiación cuando nos han transferido cientos de millones de euros para pagar a dependientes y universidades y nos lo hemos gastado en chucherías. Sencillamente, la tesis de la infrafinanciación, aunque de manera contable se pueda demostrar, pierde toda su credibilidad, si alguna vez la tuvo, cuando uno pone el ojo en los dispendios –y a afanes- que han hecho los gobernantes.

 

No sólo el dinero nos lo hemos gastado mal y existen duplicidades, triplicidades y gastos superfluos que los partidos viejos se niegan a revocar, sino que además, la corrupción es el tercer problema de los ciudadanos y el primero, diría yo, de las arcas autonómicas y municipales, que se ven mermadas por los facinerosos que difícilmente llegan a Picassent, para sorpresa y desazón de los valencianos. La corrupción no sólo no es castigada, sino que no tiene apenas consecuencias electorales.

 

Me preocupa especialmente leer a jóvenes (viejos) políticos muy cercanos al PPCV que parecen salidos de las mismas filas de Lizondo, peleándose por ver quién tiene el discurso más valencianista y la senyera más grande colgada en el balcón. En efecto, el “problema” de la infrafinanciación de la Comunidad Valenciana parece que se aborda con el discurso regionalista que aquí parecía muerto y enterrado, y los políticos nos hablan de sentimientos cuando nos tendrían que hablar de derechos. No tienen reparos en hablar de Almansa como lo hacen los verdaderos nacionalistas de carné, e incluso, si es necesario, se remontan y apoyan en el mapa de Piri Reis para justificar que los valencianos somos más esto o menos lo otro, mejores o peores, y que porque ya estábamos o dejábamos de estar y que la paella ya era típica o no, nos merecemos más y mejor financiación. Blanden los símbolos de la cultura valenciana para tapar sus desmanes y fechorías, y engañan a los ciudadanos con un discurso que nada tiene que ver con la política, sino con las percepciones individuales de cómo vive cada uno su valencianidad.

 

Me preocupa de verdad, porque leo a personas que justifican que los recortes en sanidad y educación en la Comunidad Valenciana son la consecuencia inevitable de la infrafinanciación que nos aboca a la miseria, y esto es peligroso porque hay personas que en su candidez, se lo creerán. Tenemos que redoblar los esfuerzos en hablar de política, y no de sentimientos o de historia, ni justificar que nos corresponde más o menos porque Jaime I tenía una espada muy grande. Hay que elevar el discurso, olvidarnos del mapa de Piri Reis, y seguir ampliando el mapa de derechos de los ciudadanos, que es lo que de verdad importa. Lo demás son bagatelas, palabrería y engaños baratos para esconder la incapacidad de gobernar.

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Alberto Higueras

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